About "Time Box"
In a world shaped by the forces of the "Capitalocene," we have forgotten the fundamental connection between the earth and the metropolis, leading to the sinking of the soil beneath us. Time, once a constant companion to human existence, has now become an inevitable force that pulls Mexico City further from the sun, exacerbating this disconnection.
This pavilion serves as an evocative reflection on the past, conjuring images of the ancient chinampas and the once-pristine Lake Texcoco. It is a journey into memory, a pause to reconsider the relationship between the natural world and urban life, while confronting the realities of our modern existence.
At the heart of this installation is a floating box whose form and presence appear almost enigmatic. Its materiality and ubiquity draw us into a space that resists straightforward understanding, abstracting geometry in ways that invite exploration rather than resolution.
As we approach the pavilion, we are enveloped in an ethereal landscape that removes us from the chaotic urban surroundings, transporting us into a space that withdraws from the outside world. The blackened body of the pavilion rises from the ground, compressing us as we enter, only to reveal an open interior that invites interaction, play, and contemplation. Here, the boundaries between collective imagination and spatial reflection dissolve, challenging our perceptions of space’s infinite nature.
The elevated interior, made from wooden platforms, modular scaffolding, reflective films, and vegetation, creates a controlled environment that responds to the movement of those who enter. As users ascend through the floor openings, they are encouraged to engage with the space, immersing themselves in the blackened web that cloaks the pavilion.
Sobre "Caja de Tiempo"
En un mundo marcado por las fuerzas del “Capitaloceno,” hemos olvidado la conexión fundamental entre la tierra y la metrópoli, lo que ha provocado el hundimiento del suelo bajo nuestros pies. El tiempo, que alguna vez fue un compañero constante de la existencia humana, se ha vuelto una fuerza inevitable que aleja a la Ciudad de México cada vez más del sol, exacerbando esta desconexión.
Este pabellón se presenta como una reflexión evocadora del pasado, trazando imágenes de las antiguas chinampas y del ya desaparecido lago de Texcoco. Es un viaje a la memoria, una pausa para reconsiderar la relación entre el mundo natural y la vida urbana, mientras se confrontan las realidades de nuestra existencia moderna.
En el centro de esta instalación se encuentra una caja flotante cuya forma y presencia nos resultan casi enigmáticas. Su materialidad y ubicuidad nos atraen hacia un espacio que resiste una comprensión sencilla, abstraendo la geometría de una manera que invita a la exploración más que a la resolución.
Al acercarnos al pabellón, nos vemos envueltos en un paisaje etéreo que nos aleja del entorno urbano caótico, transportándonos hacia un espacio que se retrae del mundo exterior. El cuerpo negro del pabellón se alza del suelo, comprimiéndonos a medida que entramos, solo para revelar un interior abierto que invita a la interacción, el juego y la contemplación. Aquí, los límites entre el imaginario colectivo y la reflexión espacial se disuelven, desafiando nuestras percepciones de la infinita naturaleza del espacio.
El interior elevado, compuesto por plataformas de madera, andamios modulares, películas reflectivas y vegetación, crea un entorno controlado que responde al movimiento de aquellos que ingresan. A medida que los usuarios ascienden por los vanos del suelo, se fomenta la interacción con el espacio, sumergiéndose en la red negra que envuelve al pabellón.